Antes de la década de los 70, las variedades de marihuana que existían eran landrace que se cultivaban de manera autóctona en lugares como México, Tailandia, India, Jamaica o Marruecos. No existían los híbridos cannábicos y, por ello, la marihuana que circulaba era puramente Indica o sativa.
Las variedades sativas de aquella época, tenían periodos de floración muy largos, ya que eran cepas que se habían adaptado a regiones cercanas al ecuador. Por ello, cuando algunos jóvenes estadounidenses decidieron cultivar estas cepas en sus regiones con climas más fríos, se encontraron con un gran problema: las variedades sativa que cultivaban terminaban su periodo de floración demasiado tarde, en noviembre e incluso algunas llegaban a diciembre.
Esto, para el clima lluvioso y frío de algunas regiones de Estados Unidos, suponía un gran reto a la hora de llegar con éxito a la cosecha. Por ello, decidieron cruzar esas variedades puramente sativa que procedían de lugares como Oaxaca o Sinaloa (México), y Santa Marta (Colombia), con las semillas de cannabis landrace que habían traído de sus viajes hacia la india; es decir, genéticas índicas con periodos de floración cortos, adaptadas a climas más áridos.
Así fue como nacieron los primeros híbridos cannábicos, especialmente la famosa Skunk#1, un pilar que ha servido de base para la creación de múltiples variedades como Cheese, por ejemplo.
De este modo, se inició la era actual de los híbridos modernos de cannabis, en la que los breeders realizan cruces entre distintas variedades para unir lo mejor de ambas y crear variedades realmente especiales.
Hoy en día encontramos en el mercado algunas variedades puramente sativa (aunque no es demasiado frecuente), y muchas cepas que se catalogan como “de dominancia sativa”; lo que significa que en su genética predominan los genes de variedades sativa.